lunes, 5 de mayo de 2008

La cordialidad del mundo rural tailandés nos emociona. 1/04/2007

Apabullante comienzo de viaje. Viajar en bici esperaba que me permitiera acercarme todo lo posible al mundo rural, a sus gentes y a su modo de vida. Ese mundo, que en general se nos escapa tras el reflejo de la ventanilla del autobús o del tren, es en la bici mas palpable, ya que ruedas a su par pedal a pedal, aunque acá se mueven más en moto que en bici, al contrario de lo que yo creía. Pues ese mundo rural no se hizo esperar y al tercer día de bici nos recibe de sorpresa con los brazos abiertos.

Pasábamos junto a un tamplo budista del que salía música, cantos y se veía movimiento. Decidimos parar a refrescarnos y comer un plátano. Pasamos entre decenas de monjes de naranja de todas las edades, desde los 5-6 años, hasta bien mayores. Es increible la de niños que están dentro de esta doctrina. Sonrisas, saludos y antes casi de que apoyemos las bicis, se acercan tres mujeres a invitarnos a sentarnos a la mesa con ell=s a comer. Algo celebraban y no sabíamos que, ya que mucha gente no monje estaba con ellos comiendo y con música y cantos. Pensamos que igual era el cumpleaños de algún monje y por ello estaba toda esa gente, que sería su familia. Resultó al final que era la celebración del primer aniversario de la muerte de un monje anciano. Para conmemorarlo, comida de mil tipos. Nos ofrecieron de todo, y sin casi terminar un plato ya nos ponían otro diferente para probar. Los había dulces, salados, picantes... ¡Qué rico después de unas horas de pedaleo! Y entonces, la acostumbrada sesión de malabarismos para entendernos y explicarles que narices andamos haciendo por allá. Mejor o peor siempre nos entendemos, y una mujer nos invitó deseosa a quedarnos en su casa a dormir. Aceptamos encantad=s y la alegría de esta gente fue lo mejor. Se alegran un montón de que te quieras quedar con ell=s, y lo dan todo.
Entonces unos monjes txikitos se hicieron una foto conmigo y la bici. Luego nos indicaron donde había agua para refrescarnos y lavarnos. Después nos enseñan la decoración de flores que le preparaban al homenajeado, y al rato otra vez a comer. Esto terminaba a las 11 de la mañana, más o menos, ya que acá se madruga mucho. Y entonces fuimos con la bici hasta una aldea tras la mujer en moto, la que nos invitaba a su casa. Allá visita a varias casas a presentarnos a gente, ver sus huertos, sus balsas donde crían camarones de agua dulce azules (KUN), sus vacas de joroba,...

Las mujeres mayores mascaban la semilla de un árbol que les tiñe toda la boca y dientes de rojo. Betel. Es una especie de narcótico natural que se pasan el día mascando y me imagino que les proporciona una sensación agradable, y a la larga les deja toda la dentadura negra.

Luego un baño en un canal de agua de riego para los arrozales, maizales... Atardecer precioso paseando por la balsa en la barca del criador de camarones. Luego más visitas a vecin=s, risas, mosquitos, cena, más risas y visitas. Hasta nos pusieron en comunicación a través de un teléfono móvil con la hija de una de las mujeres que está estudiando en Bangkok y sabe inglés para que nos hiciera de traductora. Intenso día que culmina durmiendo en una tranquila casa de madera de teka bajo un cielo plagado de estrellas entre la fuerte luz de la casi luna llena.

El 13 de abril es la fiesta del agua en Tailandia (Songkran), y nos invitan a regresar a su aldea. Al día siguiente por la mañana partimos tras despedirnos con pena hacia otra city a 50 km, Kachananburi. Esta zona al oeste de Bangkok es el inicio de una zona de montaña y parques naturales, de cascadas e incluso elefantes salvajes, cerca de la frontera con Myanmar. Mañana nos adentraremos con las bicis en esa zona y comenzarán las cuestas. Por el momento muy bien en Kachananburi, en una cabaña flotante sobre el río Mae Nam Khwae Yai, donde un pescador nos asegura que se puede nadar sin peligro de peces raros, cocodrilos o serpientes que muerdan. Pero esta mañana, al despertar con el amanecer, nos saludaba desde el río un lagarto de metro y medio que no me gustaría nada encontrarme en el agua. La verdad es que en cuanto te perciben, los bichos se escapan rapidísimo, que es lo que nos decía el pescador.

Los que no se escapan son los mosquitos, aunque la verdad no hay muchos para estar sobre el río. Pero miren si hace calor, que hasta los mosquitos esperan hasta bien entrada la noche para salir a regalar picotazos.

Saludos y hasta pronto. IRRI TA BIZI !!!